Seguimos desgranando la peculiar forma de ver la vida del actor Will Smith, ya empezamos a conocerle en el artículo anterior (1ª parte).
Ahora empezamos hablando de su esposa Jada y la visión que tenía del matrimonio:
“Jada había estudiado la evolución del derecho matrimonial y había desarrollado una estrecha aversión a la idea de tener que pedir permiso al gobierno para sellar su compromiso con el hombre al que amaba. Jada no esperaba que el amor y la familia fuesen coser y cantar. Ese era otro motivo por los que detestaba las bodas tradicionales. Pensaba que la escenografía de las bodas clásicas eran símbolos engañosos que ocultaban la gravedad de lo que sucedía.
Afirmaba que las bodas de verdad tendrían que ser maratones. Deberíamos correr una maratón de verdad juntos. Y, si los dos, llegamos a la meta, significará que nos hemos ganado el derecho a casarnos. Hay que saber que el otro es un superviviente.”
Will añade a esta forma de ver el matrimonio la frase siguiente:
“El amor exige valor, que estemos dispuestos a arriesgarlo todo”.
El padre quería inculcar en todo momento el valor de la disciplina y el trabajo constante. Para ello, les encargó a Will y a su hermano Harry el construir un muro. Daba igual si uno estaba enfermo, si tenía exámenes o lo que fuese. Cada día había que destinar tiempo a construir el dichoso muro. A papá no le importaba excusa alguna, estaban atrapados. El muro era eterno, nunca se acababa. Las estaciones pasaban, incluso los amigos iban y venían, los maestros se jubilaban, pero el muro perduraba siempre.

Un día Harry y Will estaban de un humor de perros. Iban arrastrando los pies y refunfuñando “esto es imposible, esto es ridículo”, decían.
—¿Por qué tenemos que construir un muro siquiera?
—Es una tarea imposible. No se acaba nunca.
Papá nos oyó, tiró sus herramientas al suelo y caminó hacía donde estábamos cotorreando. Me arrebató un ladrillo de la mano y lo sostuvo frente a nosotros.
—¡Dejad de pensar en el maldito muro! —dijo—. Aquí no hay ningún muro. Aquí lo que hay son ladrillos. Vuestro trabajo es colocar bien este ladrillo. Luego pasáis al siguiente ladrillo. Y después colocáis ese otro ladrillo perfectamente. Y luego el siguiente. No os preocupéis por ningún muro. Preocupaos por el ladrillo en cuestión.
Gran filosofía. Ir ladrillo a ladrillo por la vida.
Will Smith nos habla de la diferencia entre el deseo y el propósito:
El deseo se debilita con el tiempo, mientras que el propósito se hace más fuerte cuánto más nos alineamos con él. El deseo es insaciable, nos puede dejar vacíos. El propósito nos capacita, es un motor más potente.
El deseo es personal, estrecho y afilado, y tiende a la gratificación personal y a la obtención de beneficios y placeres a corto plazo.
El propósito es más ancho, una visión a largo plazo que incluye beneficios para los demás. Es algo más allá de nosotros mismos y por lo que estamos dispuestos a luchar.
El deseo es lo que queremos, el propósito es fruto de lo que somos.
Un fin noble engendra emociones positivas. Cuando perseguimos lo que creemos que es un objetivo profundo y valioso, alimenta lo mejor de nosotros y los demás.
Acabo con una parábola budista que aparece en el libro de Will Smith.
Un hombre está de pie, en la orilla de un rio peligroso y embravecido. Es la temporada de lluvias y, si no cruza la otra orilla, ya se puede ir despidiendo. Construye una balsa y cruza el rio sin más dificultad. Aliviado y contento, se felicita a sí mismo, se carga la balsa a la espalda y se dirige hacia el bosque. Sin embargo, mientras intenta avanzar entre la espesa vegetación, la balsa choca contra los árboles, se engancha a las lianas y le impide continuar. Solo hay una forma de sobrevivir: tiene que abandonar la balsa. La misma embarcación que ayer le salvó la vida lo matará hoy si no la suelta.
La balsa representa las ideas obsoletas y las maneras de pensar antiguas que ya no nos resultan útiles. Por ejemplo, la misma identidad airada y agresiva que cultivamos durante la infancia para protegernos de los matones de patio y de los depredadores destruirá todas nuestras relaciones adultas si no la dejamos ir.
Hay estrategias que resultan absolutamente útiles y necesarias en ciertas etapas de la vida. Sin embargo, llega un momento en el que, si no las dejamos atrás, morimos.

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