Nunca lo he dudado, cuántos más y más complejos problemas somos capaces de resolver, más valiosos somos. Es así, porque de esta forma somos más útiles para el prójimo. Una persona en el lado contrario será alguien que no puede resolver nada, no conoce nada y necesita por tanto la ayuda de todo el mundo para resolver cualquier nimia situación.
La vida es una escalera de problemas, cuánto más vas ascendiendo por ella más vales, más alto estás y más soluciones puedes aportar a miles de personas. No es malo ni es bueno, simplemente es. Por eso digo que no importa si ganas o pierdes todo tu dinero no es relevante, porque si sabes resolver problemas podrás rápidamente recuperarlo e incluso multiplicar tu patrimonio.
La salsa está en los “problemas”, precisamente donde la gente huye. Es lógico, todos queremos una vida sin sobresaltos, pero si haces como uno de mis héroes de ficción “teniente Colombo” y buscas al asesino (la causa del problema) podrás entender muchas cosas, y sobre todo evitarás dicho obstáculo cuando se vuelva a presentar.
Los problemas tienen escala: de 1 a 10 por ejemplo. Si estás en un problema tipo 3, y hablas con una persona que en dicho problema tiene un tipo 6 te dirá que tu problema es sencillo: te comentará rápidamente como lo solucionó. Pero si le preguntas a alguien que tiene 0, o bien 1 sobre tu problema tipo 3 te anunciará que ese problema es “imposible” de resolver.
¿Puedes verlo? La solución está siempre en encontrar personas que ya han resuelto tu problema. Y siempre existen, están ahí fuera: como los inmuebles.
En el mundo inmobiliario existen muchos problemas: unos herederos enfadados, unos pisos con okupas, una finca sin inscribir, un terreno desaprovechado, un edificio que da pérdidas, unas viviendas vandalizadas, un desahucio, una ejecución hipotecaria, deudas urgentes que pagar… Mil tipos de problemas. Aquí es donde me gusta actuar para poder “dar vida” a esa propiedad y aportar una solución al propietario. La vida te recompensará por ello. Escucha los problemas y conviértete en un solucionador de problemas.
Hablando de problemas… vamos con una bonita historia que te ayude a reflexionar:
Un gran maestro y un guardián compartían la administración de un monasterio zen. Cierto día el guardián murió, y había que sustituirlo.
El gran maestro reunió a todos sus discípulos para escoger a quien tendría ese honor.
— Voy a presentarles un problema —dijo—. Aquel que lo resuelva primero será el nuevo guardián del templo.
Trajo al centro de la sala un banco, puso sobre este un enorme y hermoso florero de porcelana con una hermosa rosa roja y señaló:
— Este es el problema.
Los discípulos contemplaban perplejos lo que veían: los diseños sofisticados y raros de la porcelana, la frescura y elegancia de la flor… ¿Qué representaba aquello? ¿Qué había que hacer? ¿Cuál era el enigma?
Todos estaban paralizados. Después de algunos minutos, un alumno se levantó, miró al maestro y a los demás discípulos, caminó hacia el vaso con determinación y lo tiró al suelo.
— Usted es el nuevo guardián —le dijo el gran maestro.
Y explicó:
— Yo fui muy claro, les dije que estaban delante de un problema. No importa qué tan bellos y fascinantes sean, los problemas tienen que ser resueltos. Puede tratarse de un vaso de porcelana muy raro, un bello amor que ya no tiene sentido, un camino que debemos abandonar pero que insistimos en recorrer porque nos trae comodidades. Solo existe una forma de lidiar con los problemas: atacarlos de frente. En esos momentos no podemos tener piedad, ni dejarnos tentar por el lado fascinante que cualquier conflicto lleva consigo.
Los problemas tienen un raro efecto sobre la mayoría de nosotros: nos gusta contemplarlos, analizarlos, darles vuelta, comentarlos… Sucede con frecuencia que comparamos nuestros problemas con los de los demás y decimos:
«Su problema no es nada… ¡espere a que le cuente el mío!».
Se ha dado en llamar «parálisis por análisis» a este proceso de contemplación e inacción. ¿Y la solución dónde está?


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