Existen dos tipos de personas, los artesanos y todos los demás. Los artesanos son personas que ponen el alma en su trabajo, en su proyecto, en su inversión, en su emprendimiento. No son calculadores, ni fríos, ni interesados. No buscan la recompensa rápida, o la satisfacción inmediata. Sino que un fin mayor los motiva, la sensación de aportación de valor, de realizar las cosas lo mejor posible. Los artesanos no se esfuerzan, disfrutan con lo que hacen. Hacen las cosas fundamentalmente por razones existenciales, y solo en segundo lugar por razones financieras y comerciales.
Sus decisiones nunca son plenamente económicas, aunque no dejan de serlo. Cuando construyen, aprenden, invierten o trabajan en algo, hay una cierta clase de arte, de mimo, de cariño, de amor. No existe el esfuerzo, o la desgana porque visualizan el resultado final, la meta. No tienen apego a nada. Los artesanos permanecen al margen de la mayor parte del mundo capitalista o industrializado. No siguen a la manada, la mayoría, parecen un tipo de especie en extinción.
Combinan arte y negocio, no venderían algo defectuoso o de calidad dudosa porque heriría su orgullo. Tienen tabúes sagrados, cosas que no harían, aunque ello aumentara notablemente sus beneficios, porque funcionan con principios éticos y morales. El malvado toma el camino corto, el virtuoso el largo. En otras palabras, tomar atajos es deshonesto. Se trata de no pensar en la meta, sino en disfrutar del camino, de aportar valor y de crecer. No de competir ni de llegar primero, ni de acumular riqueza o dinero sin parar. Todo debe tener sentido para un artesano: todo tiene que estar en equilibrio.
Y este concepto lo puedes aplicar también al mundo de la inversión, a tu trabajo, a tu profesión o proyecto profesional. Puedes elegir ser un artesano, o ser otro del montón. El artesano es muchas veces incomprendido, o incluso se burlan de él por tratarse de un “bicho raro”, pero es la minoría la que hace que esta sociedad siga creciendo.
El artesano es libre, camina libre diseñando como un arquitecto su propia vida. Hablando de libertad, me viene a la mente el concepto denominado Libertarismo Deóntico:
Deóntico proviene de “deberes”. Algunos creemos que la libertad es uno de nuestros bienes más preciados. Y esto incluye la libertad para cometer errores (errores que solo nos perjudiquen a nosotros). Se trata de algo sagrado, hasta el punto de que nunca debería canjearse por beneficios económicos o de cualquier otro tipo. Vivimos en un mundo donde cada vez existen más y más regulaciones para controlar (y asustar) al ciudadano. Pero prefiero ser tan libre como sea posible, asumiendo mi responsabilidad social, afrontando mi destino y pagando la multa que proceda cuando se causan perjuicios a otras personas, que traicionar a mis principios, a la ética o al sentimiento de justicia. Esta actitud con la vida es lo que se denomina Libertarismo Deóntico. Actuar según tu conciencia, y no sobre lo que otras regulaciones, normativas o leyes digan que es lo correcto (o legal).
Porque al final lo que cuenta es tu conciencia, tu tranquilidad y tu paz.
Te dejo con este cuento: “La paz perfecta”.
“Cierto rey prometió un gran premio a aquel artista que pudiera captar en una pintura la paz perfecta. Muchos lo intentaron. El rey observó y admiró todas las obras, pero solamente hubo dos que en verdad le gustaron.
La primera mostraba un lago muy tranquilo, espejo perfecto donde se reflejaban las montañas circundantes. Sobre ellas se encontraba un cielo azul con tenues nubes blancas. Todos los que miraron esta pintura estuvieron de acuerdo en que reflejaba la paz perfecta.
La segunda también tenía montañas, pero estas eran escabrosas. Sobre ellas había un cielo oscuro, del cual caía un impetuoso aguacero con rayos y truenos. Montaña abajo parecía retumbar un espumoso torrente de agua. Esta imagen no se revelaba para nada pacífica. Pero cuando el rey analizó el cuadro más cuidadosamente, observó que, tras la cascada, en una grieta, crecía un delicado arbusto.
En él había un nido y allí, en medio del rugir de la violenta caída de agua, un pajarito.
¿Cuál crees que fue la pintura ganadora?
El rey escogió la segunda.
—La paz —explicó— no significa estar en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin dolor. Significa que, aun en medio de estas circunstancias, nuestro corazón puede permanecer en calma.”


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