Si dejamos de trabajar, dejamos de ganar dinero. Excluyámonos de la ecuación y busquemos un planteamiento alternativo. Construyamos una máquina de hacer dinero que nos sustituya. . . y pongámosla a funcionar para que gane dinero mientras dormimos. Pensemos en ella como si fuera un segundo negocio, sin empleados, sin nóminas, sin horarios. Una fuente de ingresos vitalicia que nunca se secará aunque vivamos cien años. ¿Su misión? Proporcionarnos una vida de libertad financiera a nosotros y a nuestra familia. . . o futura familia, en caso de que no la tengamos ahora.
Ya lo decía Jean Louis Agassiz: «No puedo permitirme perder el tiempo ganando dinero.»
Hace ya años leí el clásico de George Samuel Clason El hombre más rico de Babilonia , en el que el autor, a través de una serie de parábolas, nos da consejos financieros llenos de sentido común. Recomiendo este libro a todo el mundo. Un pasaje se me ha quedado grabado es: “ Una parte de lo que gano es mía y la guardo ”. Digámonoslo por la mañana al levantarnos. Digámonoslo al mediodía. Digámonoslo por la noche. Digámonoslo a todas horas todos los días. Digámonoslo hasta que nos parezca como escrito con fuego en el cielo. Imbuyámonos de esta idea. Llenémonos de este pensamiento. Y luego determinemos una parte que nos parezca razonable —no menos de una décima parte— y ahorrémosla. Supeditemos a ello todos los demás gastos si es necesario. Pero ahorremos primero esa parte.
Sabemos que no basta con ahorrar, y que es mucho más fácil hacerlo si disponemos de una o varias máquinas de hacer un dinero. Esto supone algo que automáticamente te pone dinero en tu bolsillo cuando ya está automatizado: un inmueble, un negocio sistematizado, una inversión que te aporta unos rendimientos, la creación de un producto o servicio para comercializar y automatizar dichas ventas, etc.; lo suelo denominar la construcción de acueductos, de fuentes de ingresos. Además de las máquinas de hacer dinero, está el hecho de invertir, de no atar nuestras creencias sobre el dinero de tal forma que nos domine. Dejáme que te cuente este caso real para que me entiendas:
Adolf Merckle en 2007 era la nonagésimo cuarta persona más rica del mundo y la más rica de Alemania con un patrimonio de doce mil millones de dólares. Poseía la empresa farmacéutica más grande de Europa y luego amplió su imperio a la industria y la que había conseguido. También le gustaba especular. En 2008 decidió invertir en la bolsa. Convencido de que Volkswagen estaba cayendo, decidió «vender en corto» la empresa. Con un problema: Porsche quiso comprar Volkswagen y las acciones subieron en lugar de bajar. Casi de la noche a la mañana, Merckle perdió casi 750 millones en esa simple operación.

Para colmo de males, necesitaba desesperadamente dinero para pagar un préstamo. Pero en 2008 los bancos no prestaban dinero a nadie: ni al lector, ni a mí, ni a los multimillonarios. . . ni a otros bancos. ¿Y qué hizo Merckle? ¿Buscar otras fuentes de financiación? ¿Reducir sus gastos? ¿Vender empresas deficitarias? No. Cuando se dio cuenta de que había perdido un total de tres mil millones de dólares y había dejado de ser el hombre más rico de Alemania, y que le había fallado a su familia, escribió una nota y se arrojó a las vías del tren. Eso mismo. Se suicidó.
La ironía trágica es que, a los pocos días, su familia supo que los préstamos que pidió se le concedieron y sus empresas estaban salvadas. ¿Murió por el dinero? ¿O murió por lo que el dinero significaba para él? Para Merckle, el dinero era una forma de identidad, algo que lo hacía importante. No pudo soportar perder su condición de que unicamente le quedaban nueve mil millones de dólares salvados. Podemos pensar «¡qué absurdo! ». Pero no sé si tenemos derecho a juzgarle. ¿Cuántas veces hemos ligado nosotros nuestra identidad —o nuestro futuro— al dinero en alguna medida?
Es importante darnos cuenta que los ricos aman su privacidad, intentan pasar desapercibidos, aunque hoy en día esto es complicado como demuestra esta historia que bien podría ser cierta muy pronto:
– Hola, buenas tardes. ¿Pizzería Renato?

– No, señor. Esto es Pizzería Google
– Disculpe, me habré equivocado de número…
– No, señor. Google la ha comprado y le ha puesto su nombre
– Ah, perfecto. Pues me gustaría hacer un pedido.
– Muy bien, señor López. ¿Desea su pedido habitual?
– ¿El habitual? ¿Sr. López?
-¿Me conoce?
– Según nuestro identificador de llamada, las últimas 12 veces, usted nos ha pedido la pizza 4 Quesos individual
– Exacto, esa es la que quiero
– ¿Puedo sugerirle esta vez que pruebe nuestra pizza Vegetal con ricotta, rúcula, berenjena, calabacín y tomate seco?
– No, gracias. Odio las verduras
– Ya, pero le convendría más. Su nivel de colesterol no está muy bien
– ¿Perdone? ¿Cómo sabe usted eso?
– A través de nuestra suscripción profesional a la Guía Médica Online. Disponemos de los resultados de sus análisis de sangre de los últimos 5 años
– Pero no me gusta esa pizza, odio la verdura. Además, ya estoy en tratamiento y estoy tomando la medicación adecuada
– Sr. López, sabe que no toma la medicación con regularidad, hace ya 5 meses que compró una caja de 30 pastillas en Farmacia Otero García. Y no ha vuelto a comprar más…
– Eso no es cierto, he comprado más en otra farmacia
– Pues no aparece en el extracto de su tarjeta de crédito…
– Porque pagué en efectivo
– Pues según su saldo, no dispone de apenas efectivo en cuenta…
– Tengo efectivo en casa
– ¿En serio? Pues no lo ha declarado en su última Renta… ¿Está reconociendo que declara menos de lo que gana? Eso es un delito, Sr. López
– Pero, ¡¿QUÉ COJONES…?! ¡Basta ya! Estoy harto de Google, Facebook, Twitter, WhatsApp, Instagram y su puta madre… Voy a irme a una isla desierta sin Internet, donde no haya móviles, ni teléfonos… ¡Y nadie pueda espiarme!
– Lo entiendo, caballero. Pero recuerde que debe renovar su pasaporte, lo tiene caducado desde hace 3 meses…
¡Feliz día! y felices inversiones.
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*Juan Haro: Autor del libro “Los trucos de los Ricos” -92 trucos para multiplicar tu dinero, proteger tu patrimonio y reducir tus impuestos legalmente-, fundador de La Escuela de Inversión y del Club privado de Inversores en Inmuebles
Es inversor en inmuebles con más de 22 años de experiencia. Más información en www.juanharo.com