Mi particular visión de la astucia no es el engaño, si no utilizar la inteligencia en situaciones anómalas para poder salir airoso utilizando la creatividad. En definitiva, hacer lo que pocos hacen, la filosofía de los trucos de los ricos aplicada. En el mundo de las inversiones la astucia consiste en no dejarse arrastrar por cantos de sirena, o por la avaricia de muchos inversores que corren a invertir en un determinado activo porque así lo hace la inmensa mayoría.
Ha ocurrido siempre: pura manipulación de masas.
El inversor astuto actúa en tiempos de crisis, no duda ni cree en nada: simplemente se asegura de recopilar todo tipo de información (de fuentes fidedignas) para juntar las piezas y poder tomar una decisión ecuánime (sin prejuicios).
El inversor astuto es aquel que muestra habilidad para comprender todo aquello que afecta al mundo financiero y evita que le engañen, algo más difícil de lo que parece teniendo en cuenta los intereses que se juegan en el universo del dinero.
Prestamos poca atención a la gestión de nuestro patrimonio, a pesar de que es el fruto de toda una vida de esfuerzo y trabajo. Es un ámbito en el que tradicionalmente no hemos recibido formación. Una mala decisión en el ámbito financiero se traduce en pérdida de nuestro patrimonio, de bienestar propio y de quienes nos rodean (porque también se sienten afectados). Pero muchas veces no es una mala decisión, simplemente tenía que ocurrir, el ser humano está acostumbrado a querer controlar todo, y quienes nos dedicamos a invertir sabemos que existen muchos imponderables. Nadie nos enseña a perder, pero debemos convivir con las pérdidas y las ganancias si deseamos poner a trabajar nuestro dinero.
La astucia nos permite posicionarnos en ambos lados: la victoria y la derrota, minimizando ambas, tanto si ganamos como si perdemos. La astucia busca caminos nuevos en caso de derrota o cataclismo. A través de esta historia podemos hacernos una idea:
EL JUICIO
Cuenta una antigua leyenda que en la Edad Media un hombre muy virtuoso fue injustamente acusado de asesinato. El culpable era una persona muy influyente del reino, y por eso desde el primer momento se procuró hallar un chivo expiatorio para encubrirlo.
El hombre fue llevado a juicio y comprendió que tendría escasas oportunidades de escapar a la horca. El juez, aunque también estaba confabulado, se cuidó de mantener todas las apariencias de un juicio justo. Por eso le dijo al acusado:
—Conociendo tu fama de hombre justo, voy a dejar tu suerte en manos de Dios: escribiré en dos papeles separados las palabras “culpable” e “inocente”. Tú escogerás, y será la Providencia la que decida tu destino.
Por supuesto, el perverso funcionario había preparado dos papeles con la misma leyenda: «Culpable».
La víctima (muy astuto), aun sin conocer los detalles, se dio cuenta de que el sistema era una trampa. Cuando el juez lo conminó a tomar uno de los papeles, el hombre respiró profundamente y permaneció en silencio unos segundos con los ojos cerrados.
Cuando la sala comenzaba ya a impacientarse, abrió los ojos y, con una sonrisa, tomó uno de los papeles, se lo metió a la boca y lo engulló rápidamente.
Sorprendidos e indignados, los presentes le reprocharon.
—Pero ¿qué ha hecho? ¿Ahora cómo diablos vamos a saber el veredicto?
—Es muy sencillo —replicó el hombre—. Es cuestión de leer el papel que queda, y sabremos lo que decía el que me tragué
Con refunfuños y una bronca muy mal disimulada, debieron liberar al acusado, y jamás volvieron a molestarlo.
Moraleja amigos:
Por más difícil que se nos presente una situación, nunca dejemos de buscar la salida, ni de luchar hasta el último momento. En momentos de crisis, solo la imaginación es más importante que el conocimiento.


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