Cuando calculamos probabilidades de perder o ganar o bien cuando pensamos que nada malo puede pasar, olvidamos lo que se conoce como fallo mental “problema de Lucrecio” en honor al filósofo y poeta latino que escribió que «el tonto cree que la montaña más alta del mundo es la más alta que ha visto él». Creemos que el objeto más grande (o catástrofe/suceso) de cualquier clase que hemos visto o del que hemos oído hablar es lo más grande que puede existir. Y hace miles de años que caemos en esta trampa.
Los profesionales de la gestión de riesgos buscan en el pasado información sobre el llamado peor escenario y la emplean para calcular riesgos futuros: este método se llama “prueba de estrés”. Toman la peor recesión histórica, la peor guerra, la peor maniobra histórica con los tipos de interés o los peores índices de desempleo como referencia para calcular con precisión el peor resultado futuro. Pero nunca se dan cuenta de esta incongruencia: cuando ese peor escenario del pasado sucedió, superó al peor escenario de su época. Y volvemos a empezar.
El reactor nuclear de Fukushima sufrió un fallo catastrófico en 2011 a consecuencia de un tsunami. Había sido construido para resistir el peor terremoto histórico y los constructores no imaginaron que pudiera ocurrir otro peor. No pensaron que el peor suceso del pasado tuvo que haber sido inesperado en su época porque no existían precedentes de él.
Del mismo modo, en su disculpa ante el Congreso estadounidense, el expresidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, Alan Greenspan, ofreció el clásico: “Nunca había pasado algo así”. La naturaleza se prepara para lo que no ha sucedido antes presuponiendo que pueda ocurrir algo peor.
Comento esto porque siempre huyo de las verdades categóricas, el pensar que nada malo o peor puede ocurrir (hasta que sucede). No se trata de ser pesimista u optimista, sino de prepararnos, como inversores, ante cualquier supuesto. Esto no quiere decir que no actuemos, sino que lo hagamos imaginando todos los escenarios.
Recordemos, por tanto, el “problema de Lucrecio”.
Hay una historia muy simpática, con mucha miga, que es una de mis preferidas. Tiene que ver con el gran especulador y accionista Warren Buffett. Cuentan que una vez el piloto de su avión privado le preguntó cuál era el consejo más importante que podría dar a alguien para conseguir sus metas.
Buffett se quedó pensativo y le preguntó:
— ¿Tienes metas?
El piloto contestó afirmativamente, y Buffett le dijo que reuniese en una lista las 25 cosas que quería lograr, cuando las tuviese que se las presentase.
Al cabo de unos días el piloto fue a ver a Warren y le enseñó la lista.
Ok, ahora de estas 25, escoge solo 5. Las 5 que sí o sí quieres conseguir. Al cabo de un rato largo, el piloto finalmente le da una lista con 5 metas/objetivos que deseaba lograr, y Warren Buffett le dice:
— Hace unos días me pediste mi mejor consejo para conseguir tus metas. Bien, aquí las tenemos, las 5 más poderosas, ahora tu trabajo consiste en evitar dedicar tiempo a estas otras 20 cosas que eliminaste de la lista primera, y centrar todo tu tiempo en la consecución de estas 5 finalistas. Pero insisto, no dediques ni un minuto a las 20 que eliminaste.
¡Bonita historia! El poder del foco, de la congruencia, de mimar nuestro tiempo y asignar viviendo de acuerdo con nuestras prioridades.


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